2. Ley de la atracción de las afinidades - nuestro espejo social
Conocimiento espiritual > Leyes de la creación
2. Ley de la atracción de las afinidades

El prójimo como nuestro valioso espejo
„Igual e igual se juntan con gusto!" Así reza literalmente un conocido proverbio alemán. También esta Ley central de la Creación es más amplia de lo que parece a primera vista. Significa que, debido a esta ley, solemos encontrarnos sobre todo con otras personas que, de alguna manera, encajan con nosotros, es decir, que tienen también cualidades y rasgos de carácter similares.
Así, siempre son una especie de espejo para nosotros, lo cual resulta incómodo y nos afecta desagradablemente cuando se tocan nuestras sombras. Entonces, a menudo desarrollamos rechazo y agresividad hacia ese prójimo, porque no nos agrada. Sin embargo, por lo general pasamos por alto que tratamos con él porque poseemos cualidades similares y, por tanto, tenemos algo que aprender de él.
El valor incalculable de una aplicación consciente de esta ley radica, por tanto, en la posibilidad de reducir considerablemente los conflictos de todo tipo o incluso casi evitarlos por completo. Si somos conscientes de que los patrones de conflicto subyacentes por los que chocamos con otras personas, en la mayoría de los casos los llevamos nosotros mismos, ¡tenemos en la mano la clave para superarlos! Esto no significa, por supuesto, que ya no vaya a haber diferencias de opinión o puntos de vista contrarios, pero la solución se buscará entonces cada vez más solo de forma objetiva y amistosa, en lugar de criticar al prójimo que simplemente nos está mostrando un espejo.
Esta objetividad en el intercambio es una de las claves esenciales para un mundo mejor. Y es un valioso indicador del grado de madurez personal y de la verdadera fuerza interior de la personalidad —tanto la nuestra como la de los demás—. Una persona interiormente fuerte y firme es capaz de ganar cierta distancia necesaria de sí misma. Es consciente de qué fortalezas y debilidades, qué conocimientos y también qué carencias tiene. Lo reconoce y no necesita jugar a los tan extendidos juegos sociales de querer valer, de aparentar importancia y de fingida competencia, ya que le parecen francamente ridículos. En otras palabras: no necesita basar su autoestima en el juicio de los demás. Admite errores y lagunas de formación, pero no teme la «pérdida de imagen». Sin embargo, trabaja en sus deficiencias para ir eliminándolas poco a poco.
Tampoco tendrá problemas en reconocer las capacidades de los demás e incluso alegrarse de ellas sin envidia, pues en el fondo es lo más natural que cada día seamos beneficiarios del trabajo de muchas personas que saben hacer muchas cosas mucho mejor de lo que nosotros podríamos jamás.
De lo dicho se desprende también que aquellas personas —o nosotros mismos— que son dominantes, pero que ejercen esa dominancia no de forma útil y alentadora, sino combativa y opresiva, con el fin de «vencer» a otros o de quedar por encima de ellos, no son verdaderamente fuertes. Pertenecen al grupo de personas que el astrólogo Hermann Meyer denomina compensadores. Estas tienen el mismo problema de base que las personas bloqueadas en este ámbito, pero han decidido salir de la pasividad y del papel de víctima sufriente para adoptar un papel activo y dominante. En otras palabras: estamos ante personas que desempeñan roles de niño o de padre/madre. Esto significa claramente que siguen siendo roles y no una vida libre y autodeterminada. Esta última está reservada a quienes han resuelto el problema para sí mismos y desean ayudar también a otras personas con el mismo problema, basándose en su propia experiencia.
Tomemos como breve ejemplo el signo de Aries, que representa la capacidad de afirmarse, la cual está ligada también a una energía más o menos refinada en la acción: cuando se encuentran dos compensadores con tendencia a la agresión, es decir, dos coléricos, el enfrentamiento de poder se inicia normalmente de forma rápida, y no es raro que «salten chispas».
A veces, sin embargo, ocurre a través de comportamientos opuestos que aparentemente no tienen nada que ver entre sí; por ejemplo, el jefe colérico que continuamente «machaca» a una empleada extremadamente dócil. Aquí también está presente el tema de la afirmación: ninguno de los dos ha aprendido a expresar sus intereses de manera asociativa. El jefe solo se siente bien cuando está siempre por encima, y la empleada no tiene el valor de liberarse de la posición subordinada. Ambos son dos caras de un mismo problema, aunque hacia fuera parezca muy diferente. Aquí, pues, se encuentran un bloqueado y un compensador.
Veamos ahora dos refranes que encajan con esta Ley de la atracción de las afínidades:
«Dime con quién andas y te diré quién eres».
Este refrán pone en entredicho la actitud de superioridad que no es rara en nosotros. Si pensamos que somos mejores y más maduros que las personas con las que tratamos, o si criticamos habitualmente las opiniones de los demás en lugar de cuestionar también las nuestras de forma objetiva, entonces podemos estar seguros: las actitudes y opiniones que nos molestan en los demás las llevamos también dentro de nosotros —pues de otro modo no nos molestarían—.
En este sentido debe entenderse también la frase de Jesús: «Ves la paja en el ojo de tu hermano, pero no reparas en la viga que está en tu propio ojo».
Con ello combatimos nuestro famoso «punto ciego». Este fenómeno es también un efecto de la gran ley. Podemos aprender mucho a través de la función de espejo si tenemos el valor de afrontar este hecho. Si aceptamos sinceramente que son nuestros propios errores y trabajamos en ellos, entonces también desarrollaremos comprensión hacia los demás con los mismos errores u otros.
Y si nos cambiamos de verdad por dentro, no solo en apariencia, entonces, como resultado de la misma ley, atraeremos también a otro tipo de personas, que compartirán con nosotros las mismas virtudes. Con ello, naturalmente, nuestra propia vida se embellecerá.
"Ya lo dije en otra ocasión: ¡Si sembráis cardos, no puede crecer trigo!
Es por eso por lo que nunca se derivará nada constructivo de las difamaciones, de las burlas y de los daños ocasionados al prójimo. Porque todo género y toda forma de ser no puede engendrar más que algo similar, y sólo pueden atraer lo que les es afí. ¡No debéis olvidar nunca esta Ley de la Creación! ¡Se cumple autoactivamente, y ninguna voluntad humana puede jamás oponerse a ella de ninguna manera! ¡Jamás! ¿Lo oís bien? Grabároslo en vuestro interior, a fin de que vigiléis siempre vuestros pensamientos, vuestras palabras y vuestras obras, ya que de ello nace todo, incluso vuestro destino. ¡No esperéis, pues, nunca otra clase de fruto que el que corresponda a la naturaleza de la semilla!
Esto no es, a fin de cuentas, tan difícil, y, no obstante, es en eso precisamente en lo que pecáis una y otra vez. El insulto no puede producir más que insultos, el odio sólo odio, y el crimen sólo crimen. Pero la nobleza, la paz, la luz y la alegría no pueden nacer nunca de otra cosa que de una noble forma de pensar."
(Mensaje del Grial - En la luz de verdad: "21. La palabra humana")