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El Mensaje del Grial - En la Luz de la Verdad
Disertaciones seleccionadas de la gran Explicación de la Creación - Introducción
¿Es posible que la visión del mundo que hemos aprendido desde la infancia no sea correcta? ¿Tanto en lo que respecta a la religión como desde el punto de vista científico?
Imagínese por un momento la audaz idea de que apareciera una fuente en la que se describiera el origen y la formación de todo el cosmos, la naturaleza y la esencia de los seres humanos, los animales y las plantas, tras cuya lectura ya no fuera necesario volar al espacio para buscar todo tipo de indicios sobre el origen de la vida, y en la que se pudieran encontrar miles de respuestas a preguntas sin resolver; en resumen, ¡en la que se explicaran todas las preguntas abiertas de la humanidad! Sin duda, sería una sensación absoluta y causaría un gran revuelo en todo el mundo, provocaría acalorados debates durante meses y ayudaría a la ciencia a dar un salto cuántico. Por último, pero no por ello menos importante, el contenido de esta fuente sería, por supuesto, adecuado para mostrar soluciones a todos los problemas con los que se enfrenta cada vez más la humanidad. No hay duda de que todos se lanzarían a ello y lo aprovecharían lo antes posible para el bien común... ¿o no?
Por extraño que parezca, esta fuente existe y es… casi completamente ignorada. Una razón esencial de ello es que vivimos en un mundo cada vez más materialista. Para nosotros solo se considera real aquello que puede verse y medirse. Todo lo que va más allá se clasifica en el cajón mental de la “especulación no científica”, con la que una “persona seria” no debería, en principio, ocuparse. Sin embargo, se pasa por alto lo más importante: que todas las fuerzas ordenadoras, toda la energía vital, las Leyes Cósmicas y muchas otras cosas no pueden captarse directamente de forma terrenal, sino que simplemente existen; y nadie, en el campo materialista, sabe realmente de dónde proceden.
Ahora imagina además la segunda idea atrevida: que la Tierra no es un grano de polvo solitario que surgió por casualidad y alberga vida en el universo, sino que sobre nuestro cosmos hay mundos enteros que son más etéreos y, por lo tanto, no podemos verlos, y que están poblados por seres que perciben claramente el caos que nosotros, los humanos, hemos causado aquí abajo al abusar de nuestro libre albedrío. Del mismo modo, ellos ven naturalmente también la posible salida de ese caos; y así, de vez en cuando, llega desde allí ayuda —a veces desde el nivel más alto—, como ocurrió, por ejemplo, con Jesús de Nazaret. Pero tampoco estos ayudantes pueden obligarnos a adoptar finalmente la razón; solo pueden apelar a nosotros y traernos el conocimiento de las consecuencias devastadoras que conlleva el abuso de nuestra voluntad. No pueden hacer más, porque la aplicación depende de nuestro libre albedrío, que no puede ser vulnerado. Eso forma parte de la naturaleza misma de las cosas: si fuera de otro modo, tendríamos la prueba de que nuestra voluntad no es libre.
A lo largo de los milenios, sin embargo, los seres humanos nos hemos negado una y otra vez a hacer lo evidente, lo razonable, lo correcto, y a pasar finalmente de una vida perjudicial a una vida constructiva. Por ello seguimos teniendo una visión extremadamente limitada de lo puramente material, mientras que el mundo espiritual se considera algo especulativo y nebuloso. El acceso a ese mundo inmaterial es reclamado entonces, de forma exclusiva, por muchas instituciones “esotéricas” y “religiosas”, que ven el mundo espiritual como una especie de terreno libre donde se puede hacer y afirmar lo que se quiera, en la firme creencia de que, al fin y al cabo, nadie podrá refutarlo. Les gusta afirmar de sí mismas que representan la verdad y que son la instancia más importante o incluso la única válida para explicar el mundo o alcanzar el cielo —hoy quizá más que nunca en la historia de la humanidad—. Pero si observamos con atención, veremos que sus enseñanzas, en realidad, encuentran muy pronto sus límites y plantean al menos tantas preguntas nuevas como las que pretenden responder.
¿Existe realmente la verdad, y se puede encontrar en alguna parte? ¿Cómo llegamos al conocimiento espiritual, al sentido de la vida y a una existencia más espiritual?
Veamos los principales puntos de referencia que suele tener una persona que busca sinceramente sentido, verdad y conocimiento: son, por regla general, cuatro. Entre estos campos, con todas sus variantes, se libra en realidad la disputa por la interpretación de la verdad. Son:
  • la ciencia,
  • las iglesias,
  • las sectas,
  • y la esotería.
Cada grupo, junto con sus seguidores, persigue su propio enfoque y acepta con dificultad, o no acepta en absoluto, opiniones que se aparten de su perspectiva. Pero eso también significa que, de esta manera, nunca podrá alcanzarse una visión verdaderamente global; porque una visión completa no necesitaría omitir aspectos esenciales, sino que podría fundamentarlos y explicarlos con coherencia.
La ciencia de orientación materialista, que sigue o debe seguir la mayoría de los científicos, solo reconoce como válido lo visible, medible y demostrable, pero no lo espiritual. Todo lo que va más allá de lo terrenal se considera simplemente inexistente. Innumerables fenómenos que apuntan más allá de ello —como, por ejemplo, las muy extendidas experiencias cercanas a la muerte—, a pesar de las numerosas incoherencias y contradicciones lógicas en muchas de sus explicaciones científicas, siguen sin incorporarse seriamente a la investigación. Debido a la fijación de la mayor parte de la ciencia en lo puramente material, también todo impulso espiritual y toda necesidad del ser humano de llevar una vida más espiritual quedan insatisfechos por ese camino.
Quedan expresamente excluidos aquellos científicos que no se sustraen a estos fenómenos, sino que, mediante un aprendizaje y una observación inteligentes, contemplan la posibilidad de un mundo más sutil y buscan nuevos caminos para su estudio.
Numerosas iglesias toman el camino opuesto: al sentir claramente que sus enseñanzas no resistirían una revisión lógica y rigurosa durante mucho tiempo, exigen la “fe” y condenan toda duda. Por eso, desde hace muchos siglos, lamentablemente tenemos la perfecta separación entre ciencia y religión, entre lógica y fe, cuando en realidad deberían formar una unidad. Lo correcto sería, por tanto, lo contrario: pues este tipo de duda muestra el sano impulso hacia el conocimiento y la claridad que le acompaña, hacia el crecimiento espiritual, la toma de conciencia, la lógica y una vida digna del ser humano, mientras que la fe ciega significa detenerse en el desarrollo, lo cual contradice la Ley de Movimiento de la Creación.
Muchos miembros de sectas, por su parte, sustituyen sus antiguas figuras de referencia por nuevos “maestros” y gurús, pero en la mayoría de los casos no alcanzan la tan necesaria independencia y responsabilidad personal, sino que permanecen en la dependencia. Con frecuencia, las sectas y sus miembros también se aíslan más o menos de las influencias externas, considerándolas perjudiciales, “malas” o tentaciones, privándose así de una importante posibilidad de equilibrio.
Finalmente, en el ámbito de la esotería se encuentran a menudo intentos de construir una visión del mundo a gusto propio —dicho en buen castellano, de elaborar una “fe privada” cómoda—. A ello suele añadirse la tendencia a otorgarnos a nosotros, los seres humanos, que en realidad hemos causado un caos difícilmente superable, una posición demasiado privilegiada y grandiosa, llegando incluso a la autodeificación. Solo eso debería suscitar la duda en cualquier persona que busque sinceramente la verdad, pues no corresponde a la realidad. Además, en este ámbito abundan los comerciantes y aprovechados que utilizan —y no pocas veces incluso abusan de— la búsqueda espiritual de sus semejantes para su propio beneficio.
Por supuesto, en todos los campos existen excepciones, pero las tendencias principales mencionadas me parecen innegables. Precisamente esta mirada fija de los representantes de cada corriente sobre los puntos centrales de su propia visión les permite descubrir a menudo cosas correctas dentro de su ámbito, pero eso nunca puede ser la verdad completa, sino únicamente una percepción parcial más o menos acertada. Se vuelve especialmente problemático cuando esa mínima parte se toma como la única válida y, además, se basa quizá en interpretaciones erróneas.



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