4. Ley del equilibrio - armonía y justicia
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4. Ley del equilibrio

Cómo su cumplimiento nos traería paz y armonía a nivel social
Lo encontramos en innumerables procesos naturales: en la alternancia entre el día y la noche, en la inhalación y la exhalación, en la ingestión y la eliminación de alimentos, etc. También nosotros deberíamos cumplirlo en el necesario equilibrio entre dar y recibir, en la proporción equilibrada entre trabajo y descanso, en la justa ponderación de los intereses ajenos junto con los propios, y en muchas otras áreas más.
Si lo hiciéramos, tendríamos una sociedad armoniosa, un sistema monetario sano y una convivencia humana y económica que funcionaría sin explotación alguna. Y nos libraríamos de una inclinación muy arraigada que carga al mundo entero: ¡la codicia!
La Ley del equilibrio nos desafía a fijar nuestras prioridades de un modo completamente distinto al actual, a pasar de ser principalmente personas que toman y acumulan a personas que dan y que son. Sin embargo, precisamente en esto es donde más enferma el mundo, pues siempre flotan en el ambiente preguntas como: «¿Qué puedo obtener? ¿Dónde lo consigo más barato? ¿Qué me corresponde? ¿Cómo puedo aumentar mi riqueza?» y muchas más.
A la gente de nuestro entorno cultural rara vez le incomoda que su bienestar se base en una explotación masiva de miles de millones de personas, hasta llegar al crimen de la especulación alimentaria, en la cual, por pura avaricia especulativa, se acepta la muerte por hambre de millones de personas; lo que constituye el mayor asesinato en masa de la historia de la humanidad, ¡actualmente con más víctimas que todas las guerras juntas!
Cuando se viola la ley del equilibrio, surge de ello una explotación generalizada de los seres humanos, los animales y la naturaleza; se ahonda la brecha entre ricos y pobres y, naturalmente, también aparece un desequilibrio perturbador en las relaciones humanas. La consecuencia es entonces una codicia cada vez mayor, que simplemente ignora los enormes daños; y, del otro lado, odio, envidia, rencor… en definitiva: una desarmonía general que, en el marco de la ley de la reciprocidad, no puede traer nada bueno.
Destino y karma en la Ley del equilibrio
Lo dicho anteriormente no causa gran impresión en la mayoría de las personas mientras les vaya más o menos bien. Suelen verlo como un objetivo que se puede buscar como un logro voluntario, siempre que «haya tiempo para ello». Sin embargo, no se dan cuenta de que también el tan temido y al mismo tiempo tan reprimido destino, así como el karma, están íntimamente ligados a esta ley y, en realidad, determinan con gran fuerza toda su vida. ¡Y el hecho de reprimirlo no impide su efecto!
Esto se debe a que las acciones dañinas del pasado deben necesariamente ser compensadas con las personas afectadas —o incluso con animales o la naturaleza— para que pueda obtenerse su perdón. En realidad, todo pensar, hablar y actuar es un proceso que, de acuerdo con la ley de la reciprocidad, tiene consecuencias y, por lo tanto, trae efectos inevitables. Absolutamente todo daño que hayamos causado debe ser «enmendado» tan pronto como llegue el momento señalado por la Ley de Creación. Si no lo hacemos, nos alcanzarán las consecuencias y viviremos en carne propia los efectos que antes habíamos destinado a otras personas. Esto se conoce comúnmente como destino o karma, y se manifiesta, por ejemplo, como enfermedad, accidente, carga anímica o perjuicio material. La gravedad de la consecuencia depende en gran medida de la gravedad del acto, siempre que no nos hayamos transformado interiormente.
Lo mismo ocurre, naturalmente, con todo lo bueno, que se desencadena y actúa como portador de dicha.
Este conocimiento nos da ahora la llave para aprender a comprender el destino y, lo que es al menos igual de importante, para poder mitigarlo considerablemente mediante una mejora voluntaria en nuestras acciones. Este es un valor que nada puede superar, y en este sentido debe entenderse también el refrán: «Cada uno es arquitecto de su propia suerte».
Así pues, ignorar esta importante ley de la creación —como las demás— trae mucho sufrimiento innecesario a la humanidad, a cada persona que no quiere ocuparse de ella y que, en cambio, «tiene cosas mejores que hacer». Estas «cosas mejores» consisten entonces, la mayoría de las veces, en ganar dinero o en buscar placeres. Solo quien cambia sus prioridades para querer ser útil en la Tierra sin una expectativa calculada de recompensa recibirá, como contrapeso, la atenuación de su karma, hasta llegar a una liberación completa de todo sufrimiento.
Herbert Vollmann escribió al respecto en su libro "Peregrino de los mundos":
«Hay una ley que es decisiva para la existencia de toda la Creación: la ley del necesario equilibrio entre dar y recibir. Todos los procesos en la Creación están sometidos a esta ley, ya se trate del juego de fuerzas de los cuerpos celestes o del sentido del equilibrio del cuerpo terrestre. A diario la cumplimos, aunque en su mayor parte de forma inconsciente, al exhalar e inhalar. O nos esforzamos por “poner algo en equilibrio”.
Por otro lado, sufrimos daños cuando algo nos “desequilibra”, tanto en lo grande como en lo pequeño, pues no respetar esta ley provoca bloqueos y perturbaciones, y su desatención prolongada conduce incluso a la decadencia y a la ruina.
Pensemos únicamente en la relación entre trabajo y descanso. Un exceso innecesario de trabajo perjudica tanto como una vida cómoda, un “ponerse a descansar”. Ambos traen enfermedad y muerte prematura. Solo la alternancia adecuada entre ambos produce equilibrio. El equilibrio constante entre dar y recibir crea un movimiento saludable que, por sí solo, trae construcción y conservación, y que vivifica y refresca el espíritu. Donde dar y recibir se mantienen en equilibrio, se instalan la armonía y la paz.
Dar ocupa el primer lugar, porque es el dar lo que hace posible el recibir, así como primero debemos dar algo al exhalar correctamente para poder, mediante la profunda inhalación que ello provoca, recibir sustancias vivificantes. Por eso también dijo Jesús: “Más bienaventurado es dar que recibir” (Hechos 20, 35). Quien da desinteresadamente, ya sean valores materiales o espirituales, en última instancia se da a sí mismo más que a nadie, porque podrá recibir con creces los buenos frutos de sus buenas siembras.
Todo acto de dar debe ser compensado con un valor equivalente de alguna forma. Incluso una persona sin recursos puede, en este sentido, crear un equilibrio mediante una mirada amable, un agradecimiento sincero o un buen consejo.»
(Capítulo «Equilibrio entre dar y recibir»)